Otoño en La Pedriza. Paco Castillo.
Corriendo por un remoto paraje, en algún lugar de Los Andes peruanos.
Me encanta la sensación de sentirme acariciado por el viento cuando corro por la Montaña. Lejos de sentirme un intruso que irrumpe bruscamente en la quietud, me fundo en una simbiosis perfecta con la naturaleza, estoy seguro de que no soy el único que percibe esto cuando el deseo te invita a perderte entre las cumbres.
En esa conexión espiritual que se establece con la montaña, la naturaleza te habla en un lenguaje que está hecho con la tierra, el viento, el agua, los animales, los árboles... y lo entiendes porque también está formado con tu silencio.
Pocas veces tu cuerpo y tu mente tienen la oportunidad de entablar un diálogo tan auténtico, lo hacen en pos de un mismo objetivo, seguir corriendo ante el reto y el desafío que escrutan tus ojos. La Montaña desafía tu insignificante presencia.
El duelo psicológico no tiene precio, es una de las sensaciones más estimulantes que conozco como deportista.
No puedo disociar correr por la Montaña con la soledad y el sufrimiento provocado por el esfuerzo, la soledad es una decisión que escojo voluntariamente, quiero ese momento para mí. El sufrimiento no lo escojo, es inevitable... pero no lo rehuyo, no puedo, no quiero, en la medida que sufres percibes el placer de una experiencia física y mental plena.
Y bueno, al fin y al cabo nunca estás del todo solo, el susurro del viento siempre me acompaña y me alienta a seguir avanzando ante la mirada petrificada de las rocas.
Un saludo.